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Derecho y Coronavirus: La metáfora de Jano para repensar el papel de lo jurídico

Jano (Ianus en la mitología romana) era el Dios de las puertas y los cambios. Simbolizaba los comienzos, el cierre de una etapa y la apertura de una nueva, la transición entre el pasado que se quiere olvidar y el presente se vive e ilusiona. Por esta razón su imagen es representada de manera bifronte (dos caras que miran un perfil opuesto: una hacia el ayer y otra hacia el hoy); su templo, ubicado en el foro romano, tenía dos entradas, una al este y otra al oeste, hacia el principio y al final del día, en dicho lugar -justo en la mitad- su estatua se alzaba imponente. No resulta casualidad entonces que el primer mes del año, enero (january en inglés), tuviese una etimología que honra la especial condición de esta deidad romana y que personificaría la metáfora del cambio como acceso a un nuevo comienzo, en palabras del profesor Manuel Antonio Marcos: “Esa divinización conceptual, Ianus, representado por dos caras opuestas entre sí, se convertirá en dios del acceso y de la salida de todo, asumiendo paulatinamente el papel de dios “portero”, dios de los inicios.” (2005: 48)

Si de algo ha de servirnos el ícono de Jano es para remontarnos a inicios de enero de 2020 cuando la humanidad recibía con optimismo el nuevo año dejando atrás las experiencias del 2019. En ese momento atravesábamos la puerta hacia un presente que siempre queremos creer es mejor y así motivarnos con la idea de un futuro amable. Esa es la verdadera simbología del cambio, no es la simple transición día-noche marcada por una fecha numérica necesaria para el orden y el control, es la idea de que por arte de magia (o cualquier otra creencia) el primero de enero habrá motivo para sonreír y esperar lo mejor, es parte de la condición humana proyectarse en escenarios venideros cálidos a través de la ilusión que “tiene por base el deseo, no es un acto puramente mental; es más amplio que la voluntad.” (Moise, 2012: 89)

Pero en este inicio de año la mayoría de la población lejos estaba de imaginar lo que se avecinaba. Poco a poco se esparcían los rumores de que en China un nuevo virus, muy agresivo en términos de contagio, amenazaba con llegar a todo el planeta -de hecho, esos rumores se transmitían más rápido que el mismo virus-.  A medida que el denominado Covid-19 infectaba al mundo, incrédula la humanidad aceptaba, de a poco, que no era algo menor y fácilmente controlable; políticos poderosos y figuras de renombre minimizaban el efecto y lo presentaban como una nueva etapa de la lucha geopolítica que ahora involucraba elementos propios de la ciencia ficción como los virus y las armas biológicas. Pero, de nuevo, lejos estábamos de imaginar lo que llegaría.

No se necesita una recapitulación exhaustiva de lo que ocurrió y está ocurriendo hoy, los medios, la ciencia y la política (con mayor o menor seriedad) se han encargado de bombardearnos con tanta información que ya la pandemia declarada por la OMS es un lugar común para la sociedad. Así las cosas, las preguntas parecen enfocarse ahora en un nuevo comienzo, en abandonar una etapa lúgubre de la humanidad para poner la vista en un futuro que se aguarda esperanzador (por deseo más que por razón). La figura de Jano resurge de nuevo pero esta vez no en el inicio de un nuevo año sino en el inicio de una nueva vida como sociedad. Y es aquí y ahora donde el Derecho nos puede mostrar las dos caras con horizontes opuestos, al igual que la metáfora de Jano, el fenómeno jurídico está para enseñarnos que todo puede ser posible dependiendo de dónde se ubique el espectador.

La cara más amable rebosa de idealismo bajo una concepción del Derecho remodelada y que apunta, a mi juicio, a la construcción de solidaridad en los términos planteados por Richard Rorty en donde ella “es para los grupos lo que el respeto es para el individuo.” (2007: 168). La solidaridad así vista se traduce en una preocupación genuina por aquellos que no tienen la misma suerte nuestra (no han sido favorecidos por la lotería de la vida) y no como el triunfo de la razón humana tal como lo estipulaba Kant. En otras palabras, la capacidad de sentir empatía por el otro radica en la conciencia de que me puede pasar exactamente lo mismo que le pasó a él simplemente por el hecho de estar vivo y sujeto al azar, no es, por lo tanto, un ejercicio de racionalidad o de justicia divina evidenciable y medible por una vida de premios al que actúa bien y trabaja o una vida de desgracia y necesidades para el malo y perezoso. Bajo esta óptica, el Derecho actúa como un elemento que busca transmitir un mensaje de solidaridad a partir del reconocimiento de la igualdad que trae el azar: todos somos iguales porque en algún momento de la vida y por cualquier razón nos puede ocurrir una desgracia; no se trata de premios o castigos, se trata de igualarnos en el juego de la vida que hoy nos azota con un virus poderoso, hasta ahora incurable y que tocó desde el primer ministro Británico hasta el más humilde habitante de calle. Como consecuencia de este rostro benévolo de Jano, toda medida asistencial por parte del Estado es bienvenida, toda norma encaminada a proteger a los más vulnerables -sin importar merecimientos o cálculos- es necesaria y no le cabe reproche alguno. Desde luego, los enemigos del Estado asistencial se rasgan las vestiduras ante esta cara y se aferran a una idea de solidaridad basada en el mérito y la buena conducta de la “gente de bien”. Bajo esta cara, los más optimistas ven en el Derecho un espacio para privilegiar el cuidado del otro y del grupo antes que del individuo, y de alguna manera esperan que exista un puente entre la ética y el mundo jurídico que se evidencie en la conciencia del autocuidado ético (me cuido para proteger a los otros) que refleje la idea de solidaridad de Rorty como primer paso para ser parte de un mundo jurídico responsable y efectivo.

La otra cara de Jano no es tan romántica. El Derecho como elemento de control social a través del ejercicio de poder se aparta de elucubraciones idealistas que apunten a un nuevo amanecer solidario. Por un lado, la compleja situación que significa la pandemia obliga a replantear el tema del derecho a la salud entendido como sólo el derecho a ser atendido por un sistema de salud ineficiente (el temor de la población no es morir, es no poder ser atendido en un hospital), de ahí que el confinamiento sea la herramienta ideal para revalorizar el concepto de derechos y libertades en estos términos: qué mejor para un Estado que control total de sus ciudadanos, no hay caos, no hay protesta, vigilancia total, y todo para salvar la vida del individuo, visto así el negocio, cualquier libertad puede entregarse a cambio.

Como si fuera poco, esta cara menos amable de Jano muestra al Derecho como una herramienta incapaz de lograr la igualdad y (algo para lo que aparentemente fue diseñado), ejemplo de esto es la romantización de la cuarentena que se traduce en que la calle nos iguala, pero nuestros hogares son la prueba de la tremenda desigualdad real que ni las normas ni las políticas han podido eliminar. Así, el confinamiento se volvió un privilegio donde grandes futbolistas, artistas y millonarios muestran a través de las redes sociales cómo es estar encerrado en mansiones y con manjares y lujos llamativos mientras se plantean “retos” para alegrar a otros, y todo por “salud física y mental”. Sin embargo, vale la pena preguntarse si todos “disfrutan” la cuarentena de la misma manera o pueden hacer los “retos” con tanta alegría y frivolidad.

Esta cuarentena nos está haciendo darnos cuenta, entre otras cosas, de que las clases sociales además de existir, importan; que no es lo mismo pasarla en mansiones de lujo con enormes jardines que en minúsculos departamentos de interés social, donde las ventanas son tan pequeñas que por ellas apenas entra luz. Que hay quien la pasa en la calle. "Romantizar la cuarentena es un privilegio de clase" decía un cartel que pendía de un balcón y que después se hizo viral. Y sí lo es. (Simón, 2020)

Podría decirse mucho más sobre las dos caras que el Derecho ofrece en este cambio o ingreso a una sociedad post Covid19 y desde muchos puntos de vista. Pero pienso firmemente que cualquiera que sea la posición que se asuma debe estar cimentada en una idea clara: El Derecho es una forma de control social y eso no cambiará, son órdenes, poder y fuerza en aras de una sociedad pacífica y estable, y más allá de si el objetivo se ha alcanzado o se alcanzará, lo primero (los medios) es indiscutible. Por lo tanto, el cambio no llegará por la normatividad jurídica, vendrá porque en algún momento (y dudo que este sea ese momento) nuestra idea de solidaridad será suficiente para dejar de pensar únicamente en premios o sanciones a través de normas jurídicas. Frederick Schauer, profesor de Derecho de la Universidad de Virginia, en su obra Fuerza de Ley dice que “El Derecho nos hace hacer cosas que no queremos hacer” (2015: 55) ¿qué más prueba de que se debe pensar en un nuevo concepto de Derecho que apunte a una solidaridad real? El día que hagamos lo que queremos hacer porque simplemente entendemos que el otro es tan vulnerable y digno como nosotros, ese día tendremos una nueva relación con el Derecho.

Autor:
Juan Pablo Sterling Casas - Docente Facultad de Derecho


Referencias

CUPO, N. (2013). Ianus. Imagen JPEG. Recuperada de: https://oye-records.com/releases/niccolo-cupo-ianus-vinyl-only

MARCOS, M. (2005). Ritos y creencias de la antigua Roma relacionados con las puertas. En Revista de Estudios Latinos RELat, N°5. Madrid: Sociedad de Estudios Latinos, pp. 147-174.

MOISE, C. (2012). Esperanza, Ilusión y Participación. En Psicoanálisis, XXVI (1). Buenos Aires: Asociación Psicoanalítica Argentina, pp.  89-98.

SCHAUER. F. (2015). Fuerza de Ley. Lima: Palestra.

SIMÓN. A. (2020). Romantizar la cuarentena es un privilegio de clase. En Revista Vice. Recuperado de: https://www.vice.com/es_latam/article/qjdmvv/romantizar-la-cuarentena-es-un-privilegio-de-clase

RORTY, R. (2007). Philosophical Papers. Cambridge: Cambridge University Press.

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